sábado, 18 de agosto de 2007

Parte I

Primer movimiento

 

El horizonte quieto. El mundo no se rompe. ¿Qué es lo que se rompe cuando el mundo no? Éste no es un recuerdo. La palabra nos vigila. Tiempo de armadura. ¿A qué casa volver? Cartas en la manga. Reflejos rojos. Alguien se ocupa de cambiar los nombres. Como una campana. Se alza la voz. Componer inocencias de filos perfectos. Mancha migratoria. Pionero salvaje. Fábula rota. Algunas afirmaciones se oponen a sus atajos. Ferocidad. ¿Quién te ha dejado solo? El hoy es una historia a medias. El universo sonríe. Enmudecer es de dolor. Aquel quebranto perdido. La libertad nunca cabe. Remington implora por ser descubierto. El secreto a tiempo. Agua entrometida. Esto no es literatura. Cometa de Troya. Palabra de honor. Pacto de los diez años. Grillos despiadados. Pionero sonriente. Noche de taberna. Gol de cabeza. Disfraz formal. Balbuceo de arena. Barco a la vista. Cofre :

 

 

La noche : hule negro que se congela, se quiebra cuando una lágrima caliente le desliza su marca.

La noche fabricó las tapas de este cuaderno cuando el mundo no miraba, y me dijo :

—Aquí está el escudo, no durará para siempre ; usarlo será cuestión de destreza : la oportunidad vendrá por ese don surgido del dolor.

El cuaderno-con-tapas-de-hule-negro está encendido, y el horizonte deberá quedarse quieto.

Un niño se advierte lágrima de entrañas ; aún así : el mundo no se rompe.

El arco despide la flecha y ambos desaparecen ; el campo se nubla, la lluvia no cae.

Los recuerdos se proyectan contra el hule negro y se cubren de un brillo húmedo que espanta las nieblas.

—¿Quién ha muerto? ¿Quién, la mensajera, cuya memoria he cerrado?

El niño sigue llorando ; no hay consuelo, el Cronos le ha cerrado el paso.

Hule negro : sombra que brilla.

La tristeza se adhiere al cuerpo hasta ser parte de la piel misma : éste no es un recuerdo de ésos que el mañana transforma en risas : no se puede dejar atrás.

Dijo la noche :

—Somos lo que llevamos encima : estas palabras que nos vigilan a la vez que dicen cuidarnos.

El toldo se corre sobre el patio ; todos se han marchado, nadie queda para cantar la rosa-de-los-vientos. El niño aprenderá a cambiar su llanto por otro, de lágrimas escondidas, y ocultará los sueños hasta que llegue el momento : es hora de salir a la calle aunque no haya casa a la cual volver.

«Porque volver», diría mucho después la memoria, «es palabra del presente.»

El cuaderno-con-tapas-de-hule-negro : carta en la manga, as contra el verano del dolor.

La noche no tiene manchas aún ; las aguarda como quien mira para otro lado.

La sal se ha mojado y esto sólo ocurre una vez.

La memoria quiere cobijarse (también) en la sombra que brilla : pesada tela que mancha lo que toca.

La sangre corre, tiñe los papeles de quien ha de iniciarse : cualquier otro habría aceptado la derrota.

Hablo de un pasado que exige satisfacción ; de un guante que atravesó los años para detenerse en mi mejilla : sin el golpe, pero con esa forma de esperar que desafía.

Presente amoratado. Apenas un paso para la noche mojada en el hule negro. Manchada vuelta cuaderno. Reflejos rojos. Mirada que atraviesa tu lágrima.

Éste es el comienzo de un duelo postergado ; la tarea de poner nombre al rostro que la muerte trae, al puño empecinado con el corazón.

El niño se abriga en su cama y mira el mundo —el tigre lo ronda—. Está harto de tener miedo. ¡Él quiere transformarse en el tigre!

El pasado no es un lugar en el tiempo para el cuaderno-con-tapas-de-hule-negro, el pasado es, apenas, una de las conjugaciones capaces de hacer una finta a los finales absolutos.

—¿Quién te ha dejado solo, hoy? ¿Eh ; viajero?

¿Alguien habló? ¿Sabe alguien acaso de las claves que resuelven los enigmas de la fábula?

—He aquí el problema : alguien te ha cambiado los nombres.

Los árboles se mueven apenas, la lluvia acabó hace muy poco.

—¿Creíste que poner los nombres en su lugar sería tan simple? ¿Y el precio? ¿No pensaste en el oro a pagar?

Suena como si la mensajera muerta hubiese recuperado la palabra ; aunque el mundo me indica que no es posible, y no hay quien pueda con las voces de un mundo que no se rompe.

—El peor dolor es cuando irrumpe saber que la soledad inventa voces y caricias.

¿Hay que darse cuenta para curarse?    

La mensajera ni siquiera supo decir adiós ; tan sin cuidado dejó caer la parte que era mía.

—Y vos también dejaste de ser el Pez.

            Hule negro

            Como una campana

            Hule negro

Como la alarma contra incendios que interrumpe la llegada del año nuevo.

Manchada luminosa.

—Con llantos y risas que los testigos confunden.

            Espejos rotos

            Reflejos que cicatrizan

Escribir no sirve, a menos que se haga al amparo del hule negro. Porque, así, leer trae todo el peso del eco. Y, entre el eco y la lectura, se alza la voz, la traza, el camino ...

—Y un camino es imprescindible para decidir el regreso.

Alguien, alguna vez, habló de la fidelidad de los reflejos y echó a rodar la Tierra sobre nosotros, los creyentes, inocentemente.    

¿Será verdad que la lluvia ha cesado? ¿Qué, entonces, moja el mar, alejándolo del sol ; esclavizándolo?    

Suena otra campana :

Una niña me está saludando, la veo por la ventanilla del micro, creo que me dice adiós, creo que se llama Carmen.

El barrio inventa la mejor manera de cambiar sin que lo notemos :

            De a uno, nos fuimos yendo

            de a uno

            hacia ese lugar llamado

                                                            afuera

Espejos nuevos fabricados con los pedazos rotos :

            Multiplicar

            Inventar

            Componer una nueva melodía

            para la rosa-de-los-vientos

            Y echarla a rodar

Inocencia de dos filos. Ronda recuperada.

—¿Y qué se ha perdido?

La campana azogada con su lengua de lana roja. La caricia antes del sueño. La entrada blanda en la noche.

—¿Y el patrón-de-la-vereda?

Lana, espejos y zapatillas de goma.

El amor también buscó su refugio ; viajó del mar a la montaña y regresó. Los aplausos sacaron el escenario a la calle, el teatro se dio vuelta como las medias después del partido :

El puente casi puede tocarse, la ilusión ya tiene piel.

Cuando una mensajera muere, su nombre evoca el de otras y la gente del barrio guarda luto tradicional. Recién hoy he podido hacerle un lugar en la escena, pero el intento no se basta a sí mismo ni detiene el dolor.

Campanadas de hule negro hacen añicos los espejos para transformarlos en nuevos —vieja creencia.

Llorar se ha vuelto algo diferente, la sal invade de otro modo aunque el niño aún espere por consuelo.

—¿Y si fuera cierto que hubo vidas anteriores al nacimiento? ¿Y si fueras el portavoz de lo inadmisible?

La voz sigue interrumpiendo la venida de la fábula ; tira y afloja sin terminar de afinarse :

            Mancha migratoria

            Cuerda rota

No ; definitivamente no. Llegué en su momento y mi partida no será un cambio de nombres. La Manchada no acepta dobles palabras. De otro modo, el Cronos habría ganado la batalla y la guerra :

Jamás me inclinaré ante la línea recta.

—Algunas afirmaciones no tienen moderación. Se oponen a sus portadores.

¿Qué clase de centro es éste que llevo hincado? ¿Habrá un centro que no muerda?

            Amor desaprendido

            Noche inventada

            Fuerte inexpugnable

El niño camina hacia la trampa del silencio ; va verificando cerrojos a cada paso, cuenta los besos que le quedan, no deja de avanzar, la imagen del tigre pasa, la palabra herida pasa, el barrio se contagia de casa abandonada, las fotografías pasan ... La llave provoca el clac ... ¡Y está hecho! :

            Oscuridad asombrosa

            Ferocidad simulada

—¿Quién te ha dejado solo?

La niñez se marchó ; durante muchos años el puente estuvo roto.

—¿Es hoy diferente?

¿Comienza hoy otra historia?

—El hoy siempre es otra historia.

La carcajada sacude el telón, parece que su peso no le importa, es que quien tiene la palabra es siempre sabio ; sobre todo en un país donde cada uno quiere ser dueño de algo.

¿Será posible sacar buena semilla de esta tristeza?

—¿A quién puede interersarle una buena semilla? ¿Será también oscura y secreta?

Cualquier voz es un disfraz : la más llana, la que pretende claridad, la que ilumina su coraza : muy pocos niños han sobrevivido a una Manchada sin voz.

Hule negro : cuaderno que calla.

Estar solo ya no es lo mismo ; el desarraigo ha disminuido. Lo que duele : esta sensación de no ser amado sin condiciones ; este robo del cual el universo dice no saber. ¿De qué otro modo abrir un fósforo?

—¿Disfrazándolo?

Cada voz habla de disfraces.

—¿Es posible enmudecer?

Hablar es un contraste ; el dolor es otra cosa.

—¿Algo así como un cuento de hadas?

¿Y eso importa?

—No ; aunque el disfraz lo pretenda.

La mensajera muerta : la ilusión ; pero no una ilusión que se muere, sino la que vuelve al origen, la que se desilusiona y aprende el primero de los cantos :

Labio feroz. Aullido solitario.

El alma del cuaderno-con-tapas-de-hule-negro.

Palabra que bien puede olvidarse porque se guarda entre las murallas de la noche, de esta noche que está siempre por venir, que ha servido de hogar para la locura que aguardaba a la salida de la infancia.

—¿Aquel ruido a quebranto?

Sí ; y a lágrima perdida.

—Pero por fin encontraste cómo borrar ...

Quizá sea este cuaderno, o la noche guardiana, o el magistral arte de la tachadura.

—¿La ilusión?

La ilusión inmóvil, atenta ; la ilusión del tigre. La puerta a este otro mundo de aliento animal. La decisión de nacer desde el sueño al sueño.

—¿Literatura o amor?

¡Campana de alarma! :

Todo cabe en el cuaderno menos la libertad.

Cerrojo maestro. Llave con premio.

Aventura con nombre y apellido, con personajes que conocen su lugar. Por esto la ilusión no muere, porque el vacío sería demasiado potente y su seducción, irresistible para alguna otra mensajera. La fábula pide espacios a estrenar, quiere un estallido en la noche de hule negro.

—Pero para eso falta.

¡Carajo!

—Mucho rodeo para montar la yegua salvaje.

¡Traición!

—Cuadernito de tapitas negras : ¿cuaderno de clase o borrador?

            El miedo es un cazador avezado

Carga el Remington y no espera. Su territorio es la búsqueda y las presas imploran por ser descubiertas.

Autorretrato inconcluso. Pincelada pobre.

Una cosa es esquivar la bala, y otra : salir huyendo por el estampido : moral de liebre.

—Ya sé, vas a decir : «La cuestión es comenzar por alguna parte.»

Fácil, reír, cuando no hay que sostener un cuerpo.

—¿Intercambiamos nombres?

Ése es el nombre que hemos estado jugando aunque la fábula siga sin saber quién habla.

Apuesta limitada.

¡Y pensar que quería hablar sin pasión!

—Quizá el secreto esté en desaparecer a tiempo.

No hay secretos, apenas trucos de mago ambulante elevados gracias a la publicidad ; categorías de alfombra, ventrílocuos que alquilan su teatro.

—¿Estás pidiendo una tregua?

Estoy interesado en cuidar mi espalda, detestaría verla transformarse en otra boca.

—¿Estás pidiendo silencio?

Otras veces he pedido lo imposible, pero no a costa de la memoria. Ya hemos presenciado mucho perdón.

El niño no ha perdido palabra, aprendió a reconocer algunos esfuerzos y a sonreír de maneras diferentes. Quiere solamente que las caricias regresen para que crecer no sea una pérdida ni un continuo desencuentro. Nos mira, desde su primavera de lluvias, con ojos tranquilos ; todo el tiempo se le moja el corazón.

Agua tibia, hilo salado.

¿Estás ahí? ¡Eh ; entrometida! ¿Estás ahí?    

Es más fácil ocultarse en la claridad que en la penumbra ; porque en la claridad muy pocos buscarían. En la penumbra, en cambio, se ocultan quienes desean ser descubiertos.

            Estas viejas instrucciones

            para el uso de los disfraces

            me fueron reveladas

            por el Espejo-Mágico

—¿Qué se está complotando entre los pliegues de la memoria? ¿Lo sabe la Manchada?

Por momentos, esta ráfaga me interrumpe la respiración y se adueña de los músculos.

—¿Un llanto que no pide permiso?

El hule negro : buena cobija en el invierno.

—¿Nueva energía para enfrentar a los cazadores?

La batalla final.

—¡Vamos! ... No hay batalla final.

Herencias ... Que alguna pobreza sigue adhiriendo a mis palabras. ¡Y eso que ya hay diez años desde Miramar!

Pero éste es el tercer cuaderno-con-tapas-de-hule-negro ; el último.

Había quedado, intacto, en mi mochila, esperando este momento. Señores : esto no es literatura, estén atentos, esto es, con justeza, un tan inmenso como exhausto pie-de-página.

No ha sido poco esfuerzo éste de haberme pasado los últimos veinte años redundando.

—Va siendo hora de escribir para los amigos.

Va siendo hora de mostrar los cimientos de un hombre parado en el mundo que no se rompe.

—¿Y las otras vidas? ¿Las anteriores al nacimiento?

Con tanta Manchada, no las necesito : las tardes en la escuela cuando Nora me compartía la mirada, cuando soñaba yo que era David, y Goliath caía derrotado en cada recreo. Las noches que abrazaba a la buena y vieja Manuela Núñez para sacar las notas que el torbellino nunca terminaba de ordenar. Las mañanas que me sorprendían lanzado sobre la Colorada, en el asfalto que rodeaba al Parque Saavedra, por la placita de la iglesia y las casitas inalcanzables del barrio. El amor que ponía sol en una piel de diecisiete y una Marta de dieciséis que me daba el beso de la buena suerte antes del partido. Después, vino el tiempo de ajustarse la armadura, la guerra para salvar el mundo, el manejo de la espada, la salvaje defensa del tesoro, los días oscuros previos a la fábula ... Y la puerta se abrió.

—¿Clac?

Exacto ; parece que has estado leyendo mis libros.

—¿Tenía alternativa?

Ya nos vamos entendiendo ... Choquemos las jarras, con cuidado de no derramar mucha cerveza, que el viaje ha sido largo y nos merecemos este acuerdo. Nunca más el silencio será falta sino afirmación de la palabra.

—Caballo de Troya para el hule negro.

Suma de cometas.

—¿Farsa de líderes?

Flechas impecables.

—¿Recordará alguien las pequeñas victorias?

¿Y no será para eso que aguardaba este cuaderno?

—También para cantar la llegada del mundo.

Así supe que el Pez había logrado regresar, que la Caravana se había terminado, que un gran cartel me decía : Bienvenido a casa.

Yo pensaba que sabía de la hermosura, y estar de vuelta le ha dado un giro imprevisto a tal maravilla.

—¿Una tregua?

El recreo. He recuperado el recreo ; la honda se balancea en mi mano y Goliath yace tendido sobre los mosaicos del patio ; el Árbol sonríe a la vista de sus retoños : las fragatas izan sus banderas y la rosa roja brilla en su centro.

Bienvenidos a casa : El Pez, David, el Francés, DerTalbi ; el abrazo de la niñez reunido en un nombre : Daniel, el viajero, el que ha sembrado y aguardado, el hijo de la búsqueda desesperada. El sol de la mañana atraviesa el follaje y ¡ya! : puertas abiertas, vientos del sur, de bien al sur, toda la memoria en el castillo, arremolinada.

Lucas Brian inaugura sus timbres de recreo igual que lo hiciera yo hace treinta años, pelo rubio y gesto asombrado ; corredor de veredas : estrena su propia Manchada de abrazo incondicional.

El enemigo quiere avanzar pero no puede con nuestras sonrisas :

            Palabra de honor

            Voz auténtica

            Rosa roja

            Manchada indestructible

Hoy, la imaginación descansa ; se ha vuelto cerda de pincel, solamente tiene que delinear lo que amanece : tarea fácil, descansada.

Mientras tanto, las naves siguen llegando a puerto.

Un libro para los amigos ... Al fin. Ellos siempre quisieron saber qué pasaba en el Árbol después de reinstalado el ciclo. He aquí el epílogo, el canto de los guerreros que vuelven a los surcos, al ocio, al amor a la luz de la vela, a contar sus hazañas cuando el sol se pone tras la taberna del Almirante Benbow.

            Pieces-of-eight

                                    Pieces-of-eight

Y la marca grabada a fuego sobre el brazo izquierdo. ¿Eh, Robert? Nosotros sabemos de nuestro pacto de los diez años, de la manta arrugada de libros mientras el Kairós se abría de par en par.

Qué importa que anden diciendo por ahí que cada vez se lee menos. Las mentiras atroces no cambian las victorias pequeñas. La cacería del zorro todavía no ha comenzado y ya quieren desplegar las copas sobre la mesa. ¡Más cerveza, tabernero! ; que nuestras palabras saben de mares encrespados, de sacos verdes y corbatas torcidas a las cuatro de la tarde de la última primavera encendida.

Dice mi hijo :

«Papá ; un recuerdo ¿es como una vocecita que está adentro y habla bajito?»

El mar irrumpe como antes-y-después :

«Mirá, papá ; la luna prendió la luz.»

Un libro para los amigos : llamarada a la hora de la siesta.

Hule negro ; hule de noche estrellada.

De grillos en la ventana del fondo.

De piratas despiadados que no sabían que las pupilas de un niño convierten los crímenes en sueños insobornables.

Vamos, Robert ; alzá tu copa que los barriles están llenos y el sol apenas se ha ocultado.

¿Pensaban ustedes que podríamos venir a dar aquí? Tampoco yo. Aquel anochecer en Punta Negra me mira desde la fotografía y el tiempo rompe contra los ojos :

¡Basta de poetas! Quiero manos encendidas, caricias saludables en medio de este mundo irrompible, juguetes Duravit lanzados fieramente a través del patio de casa :

Un rugido. Cada tanto : un rugido.

—¿Será el cuaderno?

Este ojo mío, que tiene pretensiones de eco ; Miss Emma, que me sostiene la mirada en la tarde de pesados cortinados, o me regala un helado aquel último día.

—¿Sabrá ella de tu atorrante con ínfulas de pionero ; de tu salvaje que no se rinde?

Quiero saber qué hace esta piedra, lanzada a cruzar el universo, donde nadie me debe nada, donde a veces soy un gesto a contramano, pero ¡quiero ; dioses ; quiero! ... Algunos otros caminantes lo saben, porque son piedras de la misma cantera. Porque una mano extendida siempre encuentra otra. Conjurados, guerreros, bravos ; hermanos que el corazón elige a sangre y fuego.

—Unos labios sonrientes.

Destrezas que no se desaprenden.    

¿Se escuchan los ecos de esta historia : retazos de un secreto que ya no quiere ser guardado?

—¿Brujerías? ¿Adivinanzas?

El mar se escucha más allá de la ventana, contra los pilotes del muelle ; estamos a salvo, hemos cumplido. Mañana, la pesca será buena ; hoy, el faro pasea su pupila en busca de los rezagados.

Libro, cuaderno ... Borrador que convierte sus equívocos en tierra fértil.

Fruto de una noche de taberna y exceso de espuma en la jarra, de música interminable y familiar ; Cástor y Pólux brillan en el hule negro de febrero. Letra engrasada tras el humo de cigarrillos sin fin, afirmación que escapa a cualquier control, que se ríe de las academias, que se vuelve fábula, que se puede compartir.

Esto no lo entenderá todo el mundo, sino los exactos marinos que tienen en sus entrañas la clave de la tormenta, del regreso en duda y vital, los padres y los hijos de las quimeras que dan sus señales entre la espuma de la costa.

Pica y pica, picapedreros ; tallan los cordones y descubren secretos de los arribas y los abajos, herramientas mojadas en la zanja, misma que enchastraba nuestros autitos en las vacaciones, antes y después del club de barrio, antes y después de las carreras de bicicletas que provocaban las quejas de las madres que volvían de los mandados : veredas calientes, recuperadas en la locura de un buscador desatado hasta donde le dan las piernas, pedaleo veloz, resbalón y curita, gol de cabeza cuando faltaban cinco minutos para que el micro se fuera.

—¡Es como si estuviera ahí!

Hacéte la distraída vos ... Como si no fueras la misma Manchada azuzando mi descontrol. A veces disfrazada de noche. Otras, de libro formal. Las más, de pinchazo certero en la grupa de mi yegua salvaje.

Como si no nos conociéramos desde la primera palabra : balbuceo más o menos brutal, inevitable. ¿O acaso algún día hablamos de sensatez? Eso hay que dejarlo para las academias de escritura. Y que algún dios los guarde cuando se den cuenta de que acabaron en el lenguaje.

—Letra turbia.

No saben de olas encrespadas, de pegar con la nuca contra el suelo de arena, de salir del mar atontados pero vivos, de disfrutar una cerveza al borde de vaya a saberse qué, de pasar por la vida con algo que contar que tarde más de cinco minutos. De entrar a un libro y no poder salir, de las marcas que el alma pide a gritos para que la soledad se derrumbe a pedazos.

Rayos y centellas.

—Cohetes de Navidad.

La barra de la cuadra esperaba el hilo de luz que la cañita voladora dibujaría en nuestra niñez ; con el tío Beto riendo como loco en el pasillo de casa, o tocando el acordeón-a-piano en el patio de los abuelos, o rompiéndose el alma en una moto. Algo que contar, por favor, una marca en la culata del revólver de Wyatt Earp : pasearse por el barrio con las dos cartucheras atadas y el sombrero apenas caído sobre la ceja derecha, desenfundar tan rápido como el mejor ; proezas inolvidables, con la estrella de sheriff calzada en la camisa a cuadros y los pantalones vaquero rotos —todavía puedo lucir, hoy, las cicatrices en mis rodillas.

            Mo - u - re - lle

            Murél

Escaparon de la Galia hacia tierras más protectoras ; la voz de Santiago les señaló el lugar : Compostela, Galicia, mis abuelos.

¡Gallego al fin!

—Y no es poca cosa ¿eh, Francés?

Por el otro lado :

Italia y sus ganas de hacer l’américa, bisabuelo buscador de oro en California, un Trimarco como ha habido muchos, aunque no tan felices como aquel tano soñador con su mula retobona. Los Manin-Colman del Lobos de mi abuela, sangre todo corazón ... Y qué podía esperarse de mí : viajero imaginario que algo tenía que hacer con esta sangre oscura y caliente —Mammã Felia continúa preparando el café-con-leche, después de la siesta trucada y antes de la atorranteada callejera en el carrito de la panificación o en la descomunal chata del sifonero.

—¿Y todo esto? ¿Por qué?

Viene un nuevo desafío y corresponde darle la bienvenida con las cosas en su lugar ; nada de cuentas pendientes : va siendo hora de que los tantos se acomoden en su sitio.

El Pez ha vuelto a casa :  

            ¡Ahoy!

            ¡Ahoy!

            Barco a la vista

            Manchada reluciente

Por los sueños de aquel niño que, sentado en el cordón-de-la-vereda, jamás aprendió (ni aprenderá) a olvidar.

Porque toda la vida puede ser viernes cuando se tienen algunas piezas-de-a-ocho en el bolsillo.

Por Lucas, los amigos, y los que aguardan su nombre a un costado de esta historia.